Todas las poblaciones vivas tienden a crecer, aunque pueda cambiar su distribución territorial interna, pero cuando una población presenta una tendencia negativa durante un tiempo prolongado, aunque haya períodos de estabilización intercalados, y cuando todas la agrupaciones espaciales entran en fase de decrecimiento, podemos afirmar que estamos ante un conjunto regresivo que tiende lentamente a su involución, y que si se acentúa en el tiempo puede llegar a una fase grave que requiere un plan de conservación para evitar que su pérdida continúe. Pues algo así es lo que esta ocurriendo en Galicia con la evolución de su población. El censo de 1900 daba un total de 1.980.000 personas; en 1986 ascendía a 2.785.000, en el año 2002 bajó a 2.737.000, y en el 2008, rompiendo la tendencia anterior, experimentó un leve crecimiento, gracias al saldo migratorio positivo, llegando a 2.783.000. Pero en el 2013 volvió a descender a los 2.761.000. Ahora, una proyección demográfica anuncia un escenario más decreciente en el horizonte del año 2023, con 2.613.978 habitantes.
La comparación de los datos pone en evidencia que la característica dominante ha sido la regresión poblacional. Una regresión que en el pasado era consecuencia de la emigración exterior y sus consecuencias negativas en la ecuación demográfica; pero que a partir de los años noventa la situación económica interna favoreció que las nuevas generaciones pudieran quedarse en Galicia y un débil flujo de inmigrantes revertiera la tendencia dominante. Ahora la situación ha vuelto a agravarse, porque la natalidad está en niveles bajos, porque la mortalidad aumenta, porque la inmigración prácticamente cesó, y lo que es peor, porque los jóvenes tienen que emigrar por la falta de iniciativas y oportunidades de futuro. Una problemática y crítica situación, porque ninguno de los factores positivos está funcionando, y todos los negativos se han activado. Se comprende que, por sus consecuencias, el problema demográfico pase a ser el más importante de los retos que la Galicia actual tiene planteados ante el futuro: el envejecimiento demográfico, la nueva emigración y la falta de renovación generacional son una amenaza que nunca acabamos de comprender su trascendencia, porque normalmente nos fijamos más en las problemas presentes y las amenazas a corto plazo. Aunque ya estemos siendo una sociedad económicamente asistida en el plano social.
Involución generalizada
Pero ahora hay un hecho nuevo: ese proceso involutivo afecta a la totalidad de las agrupaciones territoriales, es decir ya no quedan prácticamente núcleos dinámicos que actúen como motores del resto. Esto es lo que nos dice la proyección demográfica comarcal para el 2023. Una situación que es totalmente nueva, porque hasta ahora las cabeceras del sistema urbano habían mantenido su papel dinamizador, pero el retorno de los emigrantes y la nueva emigración de los jóvenes afectó más a las ciudades que al resto, porque en el espacio rural los jóvenes que quedaban eran prácticamente residuales. La experiencia nos dice que estas proyecciones son siempre más pesimistas que la realidad, y que casi nunca se cumplen, pero la situación de regresión generalizada nunca se había producido hasta ahora. Las fuerzas que regulan el balance demográfico son diversas y obedecen a una formulación compleja, imposible de detallar, pero lo que sí se puede afirmar es que una población regresiva, en un período de tiempo significativo, es un reflejo inequívoco de la falta de vitalidad del sistema social y del sistema económico local. Por eso ni siquiera el sistema urbano es capaz de mantener su papel dinamizador anterior.
Este es el escenario territorial que dibujan los datos de la proyección. De cumplirse la predicción, este sería el diagnóstico de situación para la Galicia del 2023:
a) Dentro de diez años los residentes en Galicia serán 147.752 menos que ahora.
b) De las 53 comarcas, solo dos crecen, aunque de forma insignificantes (Santiago y Pontevedra).
c) Cinco comarcas tendrán menos de 5.000 habitantes (Quiroga, A Fonsagrada, Meira, Trives, Caldelas) y otras cuatro menos de 10.000 (Ancares, Ulloa, Baixa Limia y Viana). Todo apunta a la necesidad de una fusión a favor del municipio-comarca.
d) Otras quince comarcas tendrán menos de 20.000 habitantes, siendo la mayoría del espacio más rural de la provincia de A Coruña (ocho comarcas), de Ourense (tres) y de Lugo (dos). Coinciden, como las anteriores, con áreas montañosas o de baja productividad. Evidentemente también aquí el camino de la fusión municipal está abierto.
e) Son diez las comarcas que tendrán entre 20.000 y 30.000 habitantes, lo cual les garantiza una base demográfica suficiente. Salvo dos de A Coruña, el resto son del interior y corresponden a los valles más fértiles donde hay cabeceras comarcales fuertes (como Monforte, Sarria, Viveiro, O Carballiño, O Barco, Verín o A Estrada) pero que no impiden el decrecimiento.
f) Solamente hay ocho comarcas entre 30.000 y 50.000 habitantes. Seis están en el eje atlántico (Betanzos, Ordes, Noia, Caldas, O Condado y Baixo Miño) y las otras dos son grandes comarcas interiores como la Terra Chá (Vilalba) o Deza ( Lalín), donde ni el peso de las capitales logra mantener el crecimiento.
g) Tres comarcas del eje atlántico tendrán entre 50.000 y 100.000 habitantes, situándose por tanto en el nivel superior. Son Bergantiños (Carballo), Barbanza (Ribeira) y O Morrazo (Cangas), todas comarcas rururbanas.
h) En el grupo superior a 100.000 habitantes se sitúan seis comarcas: las ciudades medias (Santiago, Lugo, Ourense, Pontevedra, Ferrolterra) y O Salnés, consolidada como un espacio urbano difuso. Y van desde la más regresiva, Ferrol (pierde cerca de 13.000 personas), a la más progresiva, Santiago, aunque el saldo no pase de 1500 habitantes en diez años).
i) Finalmente, y esto es lo más sorprendente, también las dos comarcas metropolitanas de Vigo y A Coruña pierden población, bajando de 814.948 habitantes a 800.722. Parece evidente que los tradicionales motores económicos y demográficos de Galicia necesitan un impulso para poder recuperar ese papel.
El escenario final es el siguiente: un territorio demográficamente regresivo, con un fuerte despoblamiento rural consecuencia de no haber aplicado una estrategia de desarrollo local o comarcal adecuada, y un sistema urbano debilitado, al que parece que solo las inversiones extranjeras pueden ayudar a reponerse de la situación. Con todo, la población de Galicia seguirá siendo mayoritariamente urbana y continuará concentrándose en torno a las áreas urbanas y metropolitanas. Entre todas incrementarán 2,2 puntos su peso relativo, pasando de aglutinar el 59 % de la población al 61,3 %. Una tasa de urbanización lenta pero elevada que nos sigue definiendo como una sociedad urbana. Pero necesitamos crecer, necesitamos inversión, necesitamos ser más competitivos y atractivos, y también darnos cuenta de que el modelo económico actual de mantenimiento no es suficiente para asegurar una estabilidad económica que es el mejor seguro para la recuperación demográfica para el esperado crecimiento.
Andrés Precedo Ledo es profesor Mercantil, doctor en Filosofía y Letras y catedrático de Geografía Humana en la Universidade de Santiago.
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