A sus 90 años, Germán Sarmiento recuerda una
frase que le quedó grabada en su juventud. Pasada la Guerra Civil fue
internado en una prisión franquista por carlista. Al entrar, leyó en un
cartel: «Aquí hay la seriedad de un banco, la disciplina de un cuartel y
la caridad de un convento». Ahora, se ha desengañado. «Creía que un
banco debía ser serio y honesto con sus clientes», dijo ayer en su piso
de Vigo. En su mano, tienen la sentencia que condena a NCG a devolverle
241.098 euros que metió en subordinadas. Es la tercera sentencia de este
tipo y «la de mayor cuantía» en Galicia, según su abogada Diana Otero.
Para desbloquear sus ahorros y los de su hija,
que devolvió una casa recién comprada en Alemania, movió Roma con
Santiago. Escribió una queja al gobernador del Banco de España, «que se
sacudió la mosca y se le tiró la pelota a la Comisión Nacional del
Mercado de Valores». Lo tuvieron un año «en zarandajas» y demandó. El
presidente del banco, José María Castellano, le telefoneó: «Me dijo que
no me preocupase, que iba a venir un equipo de auditores y habría una
quita para la liquidación. Me lo devolverían con una pequeña pérdida y
me negué. Ni quita ni nada, le dije que quería recuperar todo mi
dinero».
La sentencia del juez de Primera Instancia número
11 de Vigo anula el contrato. Este reprocha al banco que no mirase por
el interés del cliente, al que concede los intereses percibidos.
Sarmiento, natural de Puebla de Trives, vivió en Madrid y se retiró a
Vigo en el 2006, con 83 años. Tiene una minusvalía del 66 %. Pasó sus
cuentas a NCG y alguien de confianza le recomendó un asesor de banca
privada. El experto le dijo que había un producto «muy bueno y a medio
plazo». En la siguiente operación, el especialista anuló el plazo fijo y
«me dijo que era un producto nuevo que me daría un interés mayor». Pero
solo le rendía el 2,8 %, lo mismo que un fijo. «No fue el egoísmo del
interés, sino el consejo que me dieron», explicó. Salió convencido de
que si precisaba dinero «lo tendría en 48 horas, que era un producto
líquido y seguro».
El asesor le hizo un test de idoneidad para
calcular el tiempo de riesgo máximo. «Lo cubrieron ellos, querían
ponerme el vencimiento a 15 años pero entonces yo habría cumplido 98
años, así que insistí en que fuese de uno a tres años con un perfil de
inversor conservador», recuerda. Invirtió 300.000 euros en
participaciones subordinadas, con vencimiento inferior a las
preferentes.
Fallecida su esposa, un hijo vendió su parte en
el mercado secundario antes de la crisis sin problemas pero en el 2010
su hija ya no pudo obtener liquidez para su casa. Dependían de la
solvencia del banco, tenían los ahorros atrapados. «Confié en lo que me
ofrecían y en la palabra dada, se atreven a llamarse asesores de banca y
se les presupone un plus». Y concluye: «Recuperé el dinero y soy feliz,
hay justicia; eso sí, lo que tengo no lo invertiré en el ladrillo».
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