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sábado, 25 de mayo de 2013

«Me quejé al jefe del Banco de España y se sacudió la mosca»

A sus 90 años, Germán Sarmiento recuerda una frase que le quedó grabada en su juventud. Pasada la Guerra Civil fue internado en una prisión franquista por carlista. Al entrar, leyó en un cartel: «Aquí hay la seriedad de un banco, la disciplina de un cuartel y la caridad de un convento». Ahora, se ha desengañado. «Creía que un banco debía ser serio y honesto con sus clientes», dijo ayer en su piso de Vigo. En su mano, tienen la sentencia que condena a NCG a devolverle 241.098 euros que metió en subordinadas. Es la tercera sentencia de este tipo y «la de mayor cuantía» en Galicia, según su abogada Diana Otero.

Para desbloquear sus ahorros y los de su hija, que devolvió una casa recién comprada en Alemania, movió Roma con Santiago. Escribió una queja al gobernador del Banco de España, «que se sacudió la mosca y se le tiró la pelota a la Comisión Nacional del Mercado de Valores». Lo tuvieron un año «en zarandajas» y demandó. El presidente del banco, José María Castellano, le telefoneó: «Me dijo que no me preocupase, que iba a venir un equipo de auditores y habría una quita para la liquidación. Me lo devolverían con una pequeña pérdida y me negué. Ni quita ni nada, le dije que quería recuperar todo mi dinero».

La sentencia del juez de Primera Instancia número 11 de Vigo anula el contrato. Este reprocha al banco que no mirase por el interés del cliente, al que concede los intereses percibidos. Sarmiento, natural de Puebla de Trives, vivió en Madrid y se retiró a Vigo en el 2006, con 83 años. Tiene una minusvalía del 66 %. Pasó sus cuentas a NCG y alguien de confianza le recomendó un asesor de banca privada. El experto le dijo que había un producto «muy bueno y a medio plazo». En la siguiente operación, el especialista anuló el plazo fijo y «me dijo que era un producto nuevo que me daría un interés mayor». Pero solo le rendía el 2,8 %, lo mismo que un fijo. «No fue el egoísmo del interés, sino el consejo que me dieron», explicó. Salió convencido de que si precisaba dinero «lo tendría en 48 horas, que era un producto líquido y seguro».

El asesor le hizo un test de idoneidad para calcular el tiempo de riesgo máximo. «Lo cubrieron ellos, querían ponerme el vencimiento a 15 años pero entonces yo habría cumplido 98 años, así que insistí en que fuese de uno a tres años con un perfil de inversor conservador», recuerda. Invirtió 300.000 euros en participaciones subordinadas, con vencimiento inferior a las preferentes.

Fallecida su esposa, un hijo vendió su parte en el mercado secundario antes de la crisis sin problemas pero en el 2010 su hija ya no pudo obtener liquidez para su casa. Dependían de la solvencia del banco, tenían los ahorros atrapados. «Confié en lo que me ofrecían y en la palabra dada, se atreven a llamarse asesores de banca y se les presupone un plus». Y concluye: «Recuperé el dinero y soy feliz, hay justicia; eso sí, lo que tengo no lo invertiré en el ladrillo».

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