Javier Cruz aguardó cinco días en confesar, los mismos que tardó la Guardia Civil en detenerlo después de hallar el cuerpo sin vida de Laura Alonso en A Malvelosa, a 400 metros de un cruce que conduce al tanatorio de Toén. Su sentimiento de culpa se desbordó cuando los agentes comenzaron a registrar la casa familiar. Entonces, esposado en el interior de un coche policial camuflado, llamó a la secretaria del juzgado para indicarle que quería decir dónde había arrojado el bolso de la chica, en el que guardó la ropa interior y las sandalias. Una prueba incriminatoria en toda regla que acreditaba su participación y que ponía fin al registro en la casa paterna.
Manuel Mouriño Faria tardó nueve años en ser detenido y, posteriormente, en confesar, gracias a la pertinaz investigación de la Guardia Civil, con la colaboración del fiscal de Violencia Doméstica, Julián Pardinas. Mouriño fue sospechoso -llegó a haber cinco, según fuentes judiciales- desde un primer momento ya que los amigos de la chica mencionaron su nombre como una de las personas con las que Montserrat Martínez había estado hablando en el pub Gothan, poco antes de perderle la pista. Un mes después de los hechos incluso fue interrogado en el juzgado como testigo. Contrariamente a lo que le ocurrió a Javier Cruz (su coche y el de Laura habían sido vistos por una pareja de la Guardia Civil la noche en que la mató y previamente cruzaron mensajes de móvil para quedar), en el caso de Mouriño no había base alguna para sostener una detención. Aunque descuadraba su actitud exageradamente nerviosa durante el interrogatorio.
Reconoció que había visto a Montserrat esa noche y hasta que durante el verano de 2000 habían mantenido una fugaz relación -'rollete'-. También se registró su domicilio y la Guardia Civil se incautó de varias de sus camisetas, ya sin dejar escapar el mínimo desasosiego.
Hay quienes notaron como su cuerpo se hacía más liviano al perder el lastre de la culpa constreñida durante casi una década.
Fuente: La Region
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