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domingo, 6 de diciembre de 2009

Recetas de siempre en Hostal La Viuda

La vida de Ángel Fernández López no fue fácil. Siendo un niño se quedó sin padre. Eran los años 50, una época complicada. Ajeno a la situación familiar, correteaba por Trives en pantalón corto, pero aquella funesta circunstancia marcaría su futuro. Él no lo sabía y su madre tampoco, pero ahí empezaba a engendrarse uno de los templos gastronómicos de Galicia: el hostal restaurante La Viuda.

Asunción López, la madre de Ángel, supo responder a la adversidad con valor y decisión. Natural del municipio de Quiroga, con solo 14 años se desplazó a Trives para servir en una casa aunque su futuro laboral pronto se encaminó a una fonda. Y ahí le llegó el amor. Dejó su trabajo, se casó y dio a luz a su hijo Ángel. Todo era felicidad. Hasta que el destino le propinó un duro golpe con la muerte de su marido.

Tenía que criar a su hijo y sacó fuerzas de donde pudo. La estampa de aquellos años era muy distinta a la actual. Los viajantes llegaban en el coche de línea cargados con sus maletas y permanecían en Trives toda la semana para visitar a sus clientes. Asunción abrió el bar El Rincón y servía por 50 céntimos de peseta un vino con tapa incluída. Pero su maña en la cocina embelesaba a los que cruzaban aquella puerta. No tardaron en pedir comidas, elaboradas todas ellas con productos naturales y caseros. Y al poco tiempo los viajantes la animaron a alquilar un piso para ofrecer habitaciones. Mientras tanto, su hijo crecía ayudando a su madre en lo que podía.

Y así fueron pasando los años, hasta que Ángel, una vez finalizado el servicio militar, decide abandonar los estudios e incorporarse al negocio familiar. En ese momento su madre compró una parcela con la ayuda de sus ahorros y de un crédito bancario que supuso un gran sacrificio pese a que contaba con el mejor aval del mundo: unos clientes muy fieles que fueron los que mejor publicidad le hicieron y ayudaron a engrandecer la leyenda de este gran restaurante que en su nuevo local, con habitaciones en los pisos superiores, pasó a llamarse hostal restaurante La Viuda.

En el camino de Ángel se cruzó por aquel entonces una joven y atractiva peluquera, Clara Luis Domínguez, que no dudó en dejarlo todo por compartir su vida con un hombre lleno de cualidades: trabajador, generoso, de conversación agradable...

La vida no iba a ser fácil, pero el sacrificio que supone dedicarse a una profesión tan dura como la hostelería valía la pena. Clara trabajó codo con codo con Ángel y su madre, la verdadera alma máter del negocio hasta que le llegó la hora de la jubilación.

Las recetas caseras que dieron éxito al establecimiento pasaron de las manos de Asunción a las de Ángel y Clara, que engordaron la leyenda de un local en el que se come muy bien a un precio medio de 25 a 30 euros.

Así fueron llegando los premios. Asunción ya había recogido el de Gran Cociñeira do País Galego en 1989 y el Álvaro Cunqueiro por la labor de toda una vida en 2003, a los que suman el Premio Turismo Terra de Trives de 1999 y el Tenedor de Oro de 2003. Son galardones que no hacen más que reconocer un buen trabajo, pero entre pucheros, banquetes y otras cosas propias del negocio el matrimonio tuvo dos hijos: María y Ángel, que encaminarían sus estudios al establecimiento familiar. Ambos se formaron en el Centro Superior de Hostelería de Galicia y mientras María llegó a trabajar con el gran maestro pastelero Paco Torreblanca y en lugares tan emblemáticos como el San Miguel ourensano o el Gran Hotel de A Toxa, su hermano Ángel pasó por el Alberto de Lugo, Casa Solla de Poio o el mítico Can Fabes que dirige Santi Santamaría en San Celoni.

Con esta savia nueva y las viejas recetas de la abuela, el restaurante La Viuda tiene mucho futuro. Mantiene sus especialidades como los callos, el caldo de berza, la empanada, la carne mechada típica de la casa desde siempre, el cabrito asado presente en todos los banquetes, mariscos y pescados frescos y unos postres deliciosos con el añadido de los platos de temporada como la caza...

Dicen que el secreto está en la calidad de los productos, pero la mano de la cocina es fundamental en este establecimiento cuyo comedor se queda pequeño cuando funciona la estación invernal de Manzaneda con la nieve y en el verano con la llegada de los emigrantes que disfrutan de sus vacaciones en la comarca.

Aquel negocio que comenzó con vinos y tapas a dos reales es hoy en día un restaurante con 70 plazas en el comedor y un salón de banquetes en un edifico nuevo y moderno para 200 comensales. Y no nos podemos olvidar del hostal con 39 habitaciones dobles. Del trabajo de aquella joven viuda se pasó a una plantilla de nueve personas. El establecimiento creció a base de muchos sacrificos, como los de Ángel y Clara que disfrutaron de sus primeras vacaciones –un viaje a Mallorca– 30 años después de estar día tras día al pie del cañón.

Pero ese trabajo valió la pena. Hoy en día el nombre de su restaurante es sinónimo de hospitalidad y calidad, y, además, va unido a algo que no se compra y que es muy difícil de alcanzar, el prestigio.

Esta familia quiere seguir creciendo y para ello mantendrá la tradición con algún toque que dejarán ver las nuevas generaciones. Y lo que nunca perderá es su carácter afable.

Fuente: El Correo Gallego

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